A comienzos de
junio, los diarios The Washington Post y The Guardian, hicieron pública la
existencia de dos programas de espionaje del gobierno estadounidense: uno,
ejecutado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), desde 2006 recopila datos
de llamadas telefónicas dentro de EE.UU; el otro, denominado PRISM (vigente
desde 2007) intercede las comunicaciones de usuarios de internet de todo el
mundo, permitiendo a
la inteligencia estadounidense (FBI, CIA, NSA) acceder a los servidores de las
principales compañías de Internet: Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, PalTalk,
AOL, Skype, YouTube y Apple. ¿La excusa? buscar conexiones con el terrorismo
internacional en pos de garantizar la seguridad de los ciudadanos del país del
norte.
El 30 de junio un semanario alemán difundió
que el gobierno estadounidense espió a través de sus servicios secretos a
instituciones europeas; The Guardian, al día siguiente, publicó que el
espionaje incluía también a distintas embajadas y, dos días más tarde, el
diario brasilero O Globo, arrojó una lista de países enteros que han sido
objeto de esta vigilancia, muchos pertenecientes a América Latina: El Salvador,
Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú, Chile, Paraguay,
Ecuador, Brasil y Argentina. El responsable de tales filtraciones fue un ex
agente de la CIA y la NSA, Edward Snowden, quien desde entonces es buscado por
la Casa Blanca.
Múltiples efectuaciones fueron desatadas por
estas informaciones que conmocionaron la política internacional. Estados
Unidos, en un intento desesperado por atrapar al ex agente, amenazó con
sanciones comerciales e intimidaciones a los países que se dispusieran a
brindar asilo político a Snowden y, como si fuera poco, participó de la
violación del derecho internacional en un operativo junto a Francia, Portugal,
España e Italia para que éstos últimos no permitieran el sobrevuelo del avión
presidencial de Bolivia por sus respectivos espacios aéreos, ante rumores de
que Snowden viajaba junto al jefe de Estado Evo Morales.
Hoy como nunca, es
evidente que la hibridación entre la virtualidad y lo real no es una vivencia individual,
sino que transgrede toda frontera
personal, geográfica y temporal. El caso del ex agente de la CIA Edward Snowden
y el consecuente alboroto internacional es un claro ejemplo de ello, que nos
interpela acerca de la necesidad de pensar los nuevos mecanismos de control en
clave política. Necesidad que se vuelve un imperativo, al considerar las marcas
que revela nuestra historia latinoamericana en su relación con los imperios
hegemónicos de los distintos períodos (en su momento Europa, luego Estados
Unidos) y sus estrategias para ejercer dominio sobre nuestras tierras, cuerpos
y mentes.
Los seres humanos
navegamos el límite que une y a la vez separa lo real y lo virtual, habitamos
simultáneamente uno y otro, existimos en un entre.
Pero entonces, ¿qué es lo real?, ¿qué es lo virtual?, ¿hasta qué punto es
posible distinguirlos? Y, si indagamos un poco más, ¿qué es lo humano? Estos interrogantes hallarán
incontables respuestas, o quizá ninguna. Probablemente su búsqueda sea en vano.
Sin embargo, algo es seguro: el ejercicio y la disputa de poder están presentes
en toda relación humana, a cualquier escala, en cada ámbito, medio y condición.
En esta Era de la Información
(Castells; 1997), el mundo de las redes sociales es un ámbito emergente, aunque
con una relevancia rotunda.
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